jueves, 2 de noviembre de 2017

La nieta del señor Linh, Philippe Claudel

No todas las historias sencillas son fáciles de escribir. Al contrario, cuanto más simple y desnudo es el argumento, más difícil es saber cómo encarrilarlo para que la historia no resulte sosa, llana o repetitiva. Sin el amplio cojín que proporcionan las historias complejas, plagadas de elementos accesorios y referencias constantes, una novela como La nieta del Señor Linh (2005) podría caer fácilmente en la cursilería o en el aburrimiento.

Pero no es así. Philippe Claudel sabe dónde reside la fuerza de su historia: en lo que no se ve y en lo que no se dice. En una novela tan corta como ésta en la que aparentemente no pasa nada, se nos habla sin embargo de temas tan profundos como el miedo, la amistad, el amor, la tristeza y, por encima de todos ellos, el desarraigo.

El señor Lihn es arrancado de su país en guerra, que no sabemos cuál es pero que podría ser Vietnam, o Camboya, y es enviado en un barco lleno de supervivientes a un país europeo que podría ser Francia. Cuando desembarca en un puerto que podría ser Marsella, ha dejado atrás su tierra, sus tradiciones, su cultura y a sus hijos muertos, y lo único que le queda es una nieta de pocos meses que aprieta contra su pecho como si ella fuera, y es, su salvavidas.

En tierra extraña, lejos de todo lo que él siempre ha conocido, el señor Linh es forzado a vivir con otros inmigrantes tan perdidos como él. No sabe qué es lo que tiene que hacer, ni cómo hacerlo, ni cómo se supone que tiene que vivir a partir de ahora, por ello se afana en cuidar y proteger lo único que para él tiene algún sentido: su nieta. Sin entender una palabra de lo que escucha, el señor Lihn acostumbra a pasear con su pequeña Sang Diu por un parque cercano al piso de acogida que comparte con sus compatriotas. Allí, sentado en un banco, conoce al señor Bark, un afable viudo que no duda en compartir con el señor Lihn su soledad. Entre ellos nace una amistad pura, pues ni uno entiende al otro cuando habla ni el otro entiende nada de lo que escucha; pero el sentimiento de que están compartiendo algo íntimo y único les lleva a buscarse y a encontrarse, a disfrutar de la presencia del otro y a echarse de menos cuando no pueden verse.

Cuando el señor Lihn es obligado a trasladarse a una residencia de ancianos, su única obsesión es poder volver a encontrar al señor Bark. Para ello desafiará el orden establecido y emprenderá una huida junto a su nieta que terminará de forma inesperada. Aunque algunos hayan tildado el final de la historia del señor Lihn de blando o flojo, para mí es profundamente conmovedor y triste, y nos hace repensar la novela de nuevo desde la primera palabra. No dejéis de leerla si tenéis oportunidad.

 

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