No todas las historias sencillas
son fáciles de escribir. Al contrario, cuanto más simple y desnudo es el
argumento, más difícil es saber cómo encarrilarlo para que la historia no resulte
sosa, llana o repetitiva. Sin el amplio cojín que proporcionan las historias
complejas, plagadas de elementos accesorios y referencias constantes, una
novela como La nieta del Señor Linh (2005)
podría caer fácilmente en la cursilería o en el aburrimiento.
Pero no es así. Philippe Claudel
sabe dónde reside la fuerza de su historia: en lo que no se ve y en lo que no
se dice. En una novela tan corta como ésta en la que aparentemente no pasa nada, se
nos habla sin embargo de temas tan profundos como el miedo, la amistad, el
amor, la tristeza y, por encima de todos ellos, el desarraigo.
El señor Lihn es arrancado de su
país en guerra, que no sabemos cuál es pero que podría ser Vietnam, o Camboya,
y es enviado en un barco lleno de supervivientes a un país europeo que podría
ser Francia. Cuando desembarca en un puerto que podría ser Marsella, ha dejado
atrás su tierra, sus tradiciones, su cultura y a sus hijos muertos, y lo único
que le queda es una nieta de pocos meses que aprieta contra su pecho como si
ella fuera, y es, su salvavidas.
En tierra extraña, lejos de todo
lo que él siempre ha conocido, el señor Linh es forzado a vivir con otros inmigrantes
tan perdidos como él. No sabe qué es lo que tiene que hacer, ni cómo hacerlo,
ni cómo se supone que tiene que vivir a partir de ahora, por ello se afana en
cuidar y proteger lo único que para él tiene algún sentido: su nieta. Sin
entender una palabra de lo que escucha, el señor Lihn acostumbra a pasear con
su pequeña Sang Diu por un parque cercano al piso de acogida que comparte con
sus compatriotas. Allí, sentado en un banco, conoce al señor Bark, un afable
viudo que no duda en compartir con el señor Lihn su soledad. Entre ellos nace
una amistad pura, pues ni uno entiende al otro cuando habla ni el otro entiende
nada de lo que escucha; pero el sentimiento de que están compartiendo algo
íntimo y único les lleva a buscarse y a encontrarse, a disfrutar de la
presencia del otro y a echarse de menos cuando no pueden verse.
Cuando el señor Lihn es obligado
a trasladarse a una residencia de ancianos, su única obsesión es poder volver a
encontrar al señor Bark. Para ello desafiará el orden establecido y emprenderá
una huida junto a su nieta que terminará de forma inesperada. Aunque algunos
hayan tildado el final de la historia del señor Lihn de blando o flojo, para mí
es profundamente conmovedor y triste, y nos hace repensar la novela de nuevo
desde la primera palabra. No dejéis de leerla si tenéis oportunidad.
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