martes, 14 de febrero de 2017

The Last Princess, Matthew Dennison

Mucho se ha escrito sobre la Reina Victoria de Inglaterra. Su reinado, uno de los más largos de la historia del Reino Unido (1837-1901), sólo superado por su tataranieta, la actual reina Isabel II, ha inspirado novelas, películas, series y un sinfín de literatura. Incluso toda una época del país anglosajón se conoce por su nombre: la época victoriana, que todos relacionamos con una época oscura, de gran rectitud moral y puritanismo, aunque en realidad no lo fue tanto. Fue una época de enorme prosperidad económica, con grandes progresos en los campos de la cultura, la política y la ciencia. Tal vez la sempiterna imagen de la reina Victoria vestida de un negro absoluto nos haga pensar en ese período como en una época sombría.
 
Pero, ¿y sus hijos?, ¿quiénes fueron?, ¿qué sabemos de ellos? Aparte de su primer hijo varón y sucesor al trono, Eduardo VII, poco sabemos del resto de sus vástagos. Y todavía sabemos menos de sus hijas. Victoria y el príncipe consorte Albert tuvieron 9 hijos: 4 varones y 5 mujeres. De la más pequeña y menos conocida, Beatrice, es de quien nos habla Dennison es esta excelente biografía.
El subtítulo del libro, La consagrada vida de la hija pequeña de la Reina Victoria, no puede resumir mejor la existencia de Beatrice. “Baby”, como la llamó su madre toda la vida, nació el 14 de abril de 1857, cuando su madre ya tenía 38 años y 8 hijos más. Desde el primer día, fue su favorita; sus enormes ojos azules, sus tirabuzones dorados, su precocidad a la hora de hablar y su alegría infantil fueron la fuente de felicidad de la Reina Victoria. Pero toda esa dicha duró poco tiempo: el 14 de diciembre de 1861 el príncipe consorte, Albert, padre de Beatrice, moría con tan sólo 42 años. La muerte de su esposo sumió a la Reina Victoria en un profundo y doloroso duelo que duró toda su vida, jamás volvió a vestirse con una prenda de un color que no fuera el negro y se negó a sí misma cualquier atisbo de alegría.
Para Beatrice, la muerte de su padre supuso un cambio drástico en su vida: devino en la única compañía de su madre, una mujer triste, de humor cambiante, que requería atención constante y exigía la presencia de su “Baby” a todas horas. La pequeña Beatrice, en poco tiempo, pasó de ser una niña alegre y bulliciosa a convertirse en una muchacha seria, obediente y dedicada a consolar a su exigente madre.
A medida que pasaban los años, Beatrice, una joven de gran inteligencia y especial talento para la música, los idiomas y la pintura, iba viendo como sus hermanas mayores se casaban y abandonaban el palacio para establecerse en sus hogares, lejos de la sombra de su dominante madre. Ella, en secreto, se preguntaba cuándo podría hacer lo mismo. Pero su madre tenía unos planes muy diferentes para ella: nunca iba a permitir que se casara porque debía quedarse con ella para cuidarla y atenderla hasta el día de su muerte.
Cuando a la edad de 27 años conoció al príncipe Henry (Liko) de Battenberg y se enamoró de él, Beatrice se enfrentó a su madre y le exhortó a que le diera permiso para casarse. La Reina, muy reacia al principio, finalmente cedió, pero con una condición: Beatrice y Liko no tendrían su propio hogar, sino que vivirían con ella hasta su muerte. La pareja aceptó el trato y la boda pudo por fin celebrarse en 1885.
Fueron unos años de gran felicidad para la ya no tan joven Beatrice: su matrimonio, basado en el amor sincero, dio sus frutos en la forma de cuatro hijos. Pero al igual que le ocurrió a su madre, todo quedó truncado cuando Liko moría de malaria en África mientras formaba parte de las tropas británicas en una de las guerras Ashanti en 1896 con tan sólo 37 años. Sola otra vez, junto a sus cuatro hijos pequeños, volvió a convertirse en la sombra de su madre, ya mayor, que le encomendó la tarea de corregir y editar sus diarios personales: 122 volúmenes.
Tras la muerte de la Reina Victoria, el 22 de enero de 1901, Beatrice se consagró a esos diarios y a su hija Victoria Eugenia, Ena, quien estaba a la espera de encontrar algún príncipe europeo con el que casarse, tarea en la que su madre puso todo su empeño. Cuando en 1906 se anunció el compromiso de Ena con el rey de España Alfonso XIII, Beatrice pensó que sus esfuerzos habían valido la pena y habían superado sus expectativas. Pero la vida de Ena en España, como es bien sabido, fue un cúmulo de sinsabores y amargura: nunca fue querida por el pueblo español, su marido la repudió al nacer sus hijos ya que la culpabilizaba por la hemofilia que sufrieron Alfonso, el heredero, y Gonzalo, el menor, y se dedicó a coleccionar amantes; su suegra, la Reina María Cristina, nunca la aceptó y, finalmente, Ena tuvo que salir tristemente de España en 1931 hacia un largo exilio hasta su muerte en 1969.
Beatrice sufrió mucho por la triste vida de su hija, pero siempre mantuvo el contacto y el afecto por sus nietos españoles; también tuvo que enfrentarse a la muerte de dos de sus hijos varones a causa de la hemofilia.
Consagró el resto de su vida a editar y publicar los diarios de su madre, que desde 2012 están disponibles en internet, hasta que la vejez y la mala salud la fueron apagando hasta su muerte en 1944.
Matthew Dennison nos procura una biografía extensa y cercana sobre la desconocida vida de la hija pequeña de la reina Victoria, que nos permite acercarnos con afecto y compasión a la pequeña “Baby”.