Nadie sabía nada de Lucia (pronunciado Lu-sí-a) Berlin hasta hace muy poco. La autora estadounidense
(1936-2004) escribió 77 relatos a lo largo de su vida. Tuvo un reducido número
de fieles lectores y seguidores, pero su obra nunca llegó a las grandes masas.
Hasta 2016, cuando Alfaguara se suma al fenómeno editorial y decide rescatar y
publicar una colección de sus mejores relatos bajo el título Manual para mujeres de la limpieza (2016).
Debo decir que el relato corto no es un género literario que
me entusiasme, pues muchas veces me deja la sensación de haberme perdido gran
parte de la historia completa y los finales abruptos siempre me pillan a
contrapié. Además, tras leer hace unos años los relatos de El amor de una mujer generosa, de la premio Nobel canadiense Alice
Munro y no disfrutar con ninguno de ellos, el género cayó en desgracia. Aun
así, y sucumbiendo ante las críticas literarias y las modas, compré el
recopilatorio de Berlin libre de prejuicios y con buena disposición para
leerlo.
No me defraudó en absoluto; es más, me entusiasmó. Leer los
relatos de Lucia Berlin es como estar sentada con ella fumando y escuchando de
su boca su vida. Una vida increíble: su infancia en Idaho, Kentucky y Montana, Alaska,
su glamourosa adolescencia en Santiago de Chile con fiestas en las que se codea
con el mismísimo Aga Khan, sus estancias en México, Nueva York y El Paso, donde
frecuenta a alcohólicos y a drogadictos. Porque su vida fue así, salvaje,
terrible, preciosa, interesante, convulsa, siempre dominada por un alcoholismo
del que sólo pudo escapar los últimos años de su existencia.
Manual para señoras de
la limpieza no es
una autobiografía, es un relato de ficción, pero detrás de cada una de las
mujeres protagonistas de sus cuentos, profesoras, ayudantes de dentista,
enfermeras de urgencias, telefonistas, mujeres de la limpieza, escritoras,
alcohólicas, presas, madres desesperadas, está Lucia. Todas esas mujeres son
ella porque ella fue todas esas mujeres. Y nos lo cuenta sin dramatismos, sin
grandilocuencias, sin exabruptos ni delicadezas, tan sólo tal y como sucedió.