lunes, 20 de noviembre de 2017

El pacifista, John Boyne

Parece que el autor irlandés no acaba de cuajar en nuestro país con sus novelas para adultos. Tras hacerse mundialmente famoso con su novela juvenil El niño con el pijama de rayas (2006), algunas editoriales europeas se apresuraron en publicar las obras anteriores de Boyne, en concreto cuatro novelas para el público adulto. En España, fue Salamandra quien apostó por el autor. Tras publicar La casa del propósito especial, en 2009, y constatar la buena acogida por el público, la editorial se animó a publicar en castellano en 2011 la primera de esas cuatro novelas, El ladrón de tiempo (2000).

Ese mismo año, John Boyne publicó El pacifista, una historia ambientada en los años de la Primera Guerra Mundial y contada en dos tiempos: 1916, cuando el joven Tristan Sadler se alista y coincide con otro joven soldado, Will Bancroft, en el campamento de instrucción de Aldershot y juntos son enviados a Francia, y 1919, cuando, acabada la guerra, Sadler viaja a Norwich para devolverle a la hermana de Will las cartas que ésta le envió. Son muchos los temas que Boyne quiere tratar en la novela, pero son esencialmente tres sobre los que se construye la historia: la homosexualidad, la culpa y la objeción de conciencia.
La homosexualidad está presente en la relación tensa y compleja que surge entre Tristan y Will. El primero acepta sus sentimientos, pero el segundo se avergüenza de ellos y martiriza a Tristan por ello. Los celos, la ira, la desesperación y la venganza marcarán la convivencia de los dos jóvenes hasta su final abrupto y trágico, cuando Will es juzgado por cobardía y ejecutado en el campo de batalla.
La culpa empieza por carcomer a Sadler en el momento en que su amigo Will muere. Poco a poco irá devorando sus entrañas y le impulsará tomar la decisión de, una vez acabada la guerra, viajar a Norwich a conocer a la familia de Will. Con la excusa de devolver las cartas que la hermana de Will le envió a éste durante la guerra, Tristan busca poder aligerar el peso de la culpa y tratar de conocer mejor a su desaparecido amigo.

La objeción de conciencia es un tema muy complejo que nos lleva a reflexionar acerca de la valentía y la cobardía. ¿Quién es más valiente? ¿El que sale a jugarse la vida y la pierde por algo en lo que no cree o el que la pierde por defender aquello en lo que cree? Will, un objetor convencido, se niega a participar en cualquier acción que sus superiores le ordenan y por ello es ejecutado. Lo ocurrido en aquellos meses de 1916 es la esencia de la persona en la que Tristan Sadler se convierte.
John Boyne orquesta una historia perfecta, dándonos en cada capítulo la dosis de información necesaria para mantener el ritmo de la novela. A medida que nos vamos acercando al final, empezamos a entrever lo que Boyne aún no nos ha contado, lo intuimos y lo tememos. A cada página, como en un crescendo magistral, oímos cada vez más cerca el redoble final, que llega cuando el autor nos transporta 6 décadas hacia adelante y nos encontramos en un hotel de Londres a un Tristan Sadler de 80 años que, esta vez sí, está decidido a expiar, de una vez por todas, su profunda culpa.
John Boyne es mucho más que El niño con el pijama de rayas. Sus dos últimas novelas publicadas, A history of loneliness (2014), cuya reseña podéis leer aquí, y The heart’s invisible furies (2017), dan testimonio de su crecimiento como escritor. Por alguna razón, no han sido publicadas en lengua española; es como si la estela que dejó la novela que le lanzó a la fama se hubiera ido apagando y ya no iluminara sus nuevas obras; pero lo cierto es que éstas brillan con luz propia y son mucho más maduras, sólidas y completas que aquellas primeras que pocos quisieron conocer.

 

lunes, 6 de noviembre de 2017

Memoria por correspondencia, Emma Reyes

La artista colombiana Emma Reyes (Bogotá, 1919 – Burdeos, Francia, 2003) tuvo una vida de lo más inusual. Huérfana desde muy pequeña, es dejada, junto a su hermana mayor Helena, al cuidado de una señora que no sabemos muy bien quién es. Y no es que no lo sepamos nosotros, es que tampoco lo sabían las niñas, que sufrieron un verdadero infierno junto a quien se suponía que debía cuidarlas. Abandonadas de la forma más cobarde, cruel y triste que uno pueda imaginar, las niñas son enviadas a un convento donde Emma pasará los años más amargos de su vida.

En 1969, siendo ya una artista reconocida y querida en Francia, comenzó a enviar a su amigo historiador Germán Arciniegas una serie de cartas en las que le explicaba esos años de calamidades que conformaron su infancia; éste, profundamente impresionado por el relato de la artista, le mostró las cartas a Gabriel García Márquez, que la animó a seguir escribiendo. Tras casi 30 años de correspondencia, Arciniegas consiguió convencer a Emma Reyes para que publicara sus cartas, a lo que ella accedió con una única condición: que se publicaran después de su muerte.

El resultado de esos años (1969-1997) en los que Reyes rescata y relata su memoria por correspondencia es este maravilloso libro, publicado por primera vez en Colombia en 2012 y en Europa en 2015. En él, la colombiana relata con una sencillez y lucidez impactantes los recuerdos de su desgraciada infancia, ante los cuales es muy difícil no conmoverse.

Es fascinante ver como una niña que fue abandonada, que nunca fue a la escuela, que aprendió a leer y a escribir cuando era prácticamente una adolescente, consiguió dejar atrás tanta miseria y convertirse en una reconocida artista. Y es que supo expresar a través del arte su dolor y su desamparo vital.

De lo que ocurrió después de que Emma Reyes se escapara del convento en el que vivía recluida, momento en el que acaba el libro, hasta convertirse en una afamada artista en París se saben pocas cosas. Para aclarar el misterio, Diego Garzón, editor de la revista SoHo, le dedicó su gran trabajo de investigación, “¿Qué pasó con Emma Reyes?”, que le valió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la mejor crónica periodística. Por si os interesa saber más, aquí os dejo el enlace http://www.soho.co/historias/articulo/que-paso-con-emma-reyes-por-diego-garzon/29333.
 
 
 


 

jueves, 2 de noviembre de 2017

La nieta del señor Linh, Philippe Claudel

No todas las historias sencillas son fáciles de escribir. Al contrario, cuanto más simple y desnudo es el argumento, más difícil es saber cómo encarrilarlo para que la historia no resulte sosa, llana o repetitiva. Sin el amplio cojín que proporcionan las historias complejas, plagadas de elementos accesorios y referencias constantes, una novela como La nieta del Señor Linh (2005) podría caer fácilmente en la cursilería o en el aburrimiento.

Pero no es así. Philippe Claudel sabe dónde reside la fuerza de su historia: en lo que no se ve y en lo que no se dice. En una novela tan corta como ésta en la que aparentemente no pasa nada, se nos habla sin embargo de temas tan profundos como el miedo, la amistad, el amor, la tristeza y, por encima de todos ellos, el desarraigo.

El señor Lihn es arrancado de su país en guerra, que no sabemos cuál es pero que podría ser Vietnam, o Camboya, y es enviado en un barco lleno de supervivientes a un país europeo que podría ser Francia. Cuando desembarca en un puerto que podría ser Marsella, ha dejado atrás su tierra, sus tradiciones, su cultura y a sus hijos muertos, y lo único que le queda es una nieta de pocos meses que aprieta contra su pecho como si ella fuera, y es, su salvavidas.

En tierra extraña, lejos de todo lo que él siempre ha conocido, el señor Linh es forzado a vivir con otros inmigrantes tan perdidos como él. No sabe qué es lo que tiene que hacer, ni cómo hacerlo, ni cómo se supone que tiene que vivir a partir de ahora, por ello se afana en cuidar y proteger lo único que para él tiene algún sentido: su nieta. Sin entender una palabra de lo que escucha, el señor Lihn acostumbra a pasear con su pequeña Sang Diu por un parque cercano al piso de acogida que comparte con sus compatriotas. Allí, sentado en un banco, conoce al señor Bark, un afable viudo que no duda en compartir con el señor Lihn su soledad. Entre ellos nace una amistad pura, pues ni uno entiende al otro cuando habla ni el otro entiende nada de lo que escucha; pero el sentimiento de que están compartiendo algo íntimo y único les lleva a buscarse y a encontrarse, a disfrutar de la presencia del otro y a echarse de menos cuando no pueden verse.

Cuando el señor Lihn es obligado a trasladarse a una residencia de ancianos, su única obsesión es poder volver a encontrar al señor Bark. Para ello desafiará el orden establecido y emprenderá una huida junto a su nieta que terminará de forma inesperada. Aunque algunos hayan tildado el final de la historia del señor Lihn de blando o flojo, para mí es profundamente conmovedor y triste, y nos hace repensar la novela de nuevo desde la primera palabra. No dejéis de leerla si tenéis oportunidad.