Hace ya algunos años que la escritora francesa Anna Gavalda
pulula por la esfera literaria española. Se dio a conocer por estos lares con
su novela El consuelo (2008), un éxito literario bastante notable. Sin
embargo, y según mi parecer, no es la mejor de sus obras. Gavalda ya tenía tras
de sí una espléndida producción literaria que no dejaba lugar a dudas acerca de su
calidad: La sal de la vida (2001), La amaba (2002) y, sobre todo, Juntos,
nada más (2004), con su película homónima protagonizada por la
inolvidable Audrey Tatou (Amélie),
no nos pueden dejar indiferentes. Todas ellas fueron publicadas en español tras
el éxito de El consuelo, pero se habían escrito antes. En cada una de sus
obras encontramos a seres que viven vidas aparentemente plenas, sólidas,
estables… pero que en realidad están huecas, carentes de sentido; vidas en las
que un simple contratiempo o casualidad las vuelven del revés.
Una vida mejor (2016) es una entrañable historia que confirma y reafirma la
fuerza de la francesa. Dos seres perdidos en la inmensidad de París, Mathilde y
Yann, viven sus vidas según unos estándares sociales que nunca se han parado a
revisar. Se dejan llevar por los dictados que les impone la facilidad, la
gandulería y la comodidad. Pero cuando un acontecimiento inesperado irrumpe e
interrumpe sus vidas hueras y abre una brecha por la que se precipita un alud
de preguntas y de reproches, no pueden permanecer indiferentes y deciden romper
con todo y lanzarse de cabeza allá donde les dicta su pasión, pues, como la
propia autora dice de ellos “prefieren arriesgar y escoger una vida equivocada
a no vivir ninguna”.
Mathilde y Yann no se conocen, nunca se han visto y nunca
llegarán a saber el uno del otro, pero sus historias son espejos la una de la
otra, se reflejan, se complementan y buscan lo mismo.
Yo sólo le critico a Anna Gavalda una cosa. En casi todas sus
novelas este cambio radical, esta catarsis por la que pasan sus protagonistas
tras un periodo de conflicto interno, siempre viene acompañada de un cambio de
escenario muy concreto: el paso de la gran ciudad (París) a una vida rural
mucho más sencilla y libre de cargas y responsabilidades. Pero, ¿es eso cierto?
Si queremos darle la vuelta a una vida con la que no estamos satisfechos,
¿basta con cambiar la ciudad por el campo? Por supuesto que no es tan simple
como eso. El cambio se tiene que producir dentro de nosotros, tenemos que
revisar valores, creencias, obviedades y transformarlas en algo distinto que
nos proporcione satisfacción y plenitud, y eso lo podemos hacer sentados en
nuestro sillón de diseño de nuestro ático parisino, no hace falta irse a
vendimiar a la Borgoña. Una vez tengamos claros nuestros horizontes, un proceso
que no resulta fácil para nadie, seremos capaces de levantarnos de nuestro
sillón y cambiarlo por una silla más barata.